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miércoles, 22 de febrero de 2012

CUARESMA


Vivimos una vez más la Cuaresma. El Santo Padre Benedicto XVI se refería a ella como “una nueva oportunidad de cambio ”. Pero cambio ¿de qué?. ¿Realmente tenemos la conciencia de necesitar cambiar algo? O ¿tenemos una vida hecha tan a medida, tan cómoda que nada nos incomoda?. La Cuaresma es tiempo para sentarse a tomar un café con uno mismo en presencia del Señor.

Es tiempo para el silencio, ayuno, limosna, deshacerse de uno mismo y de las cosas que le sobran. Es tiempo para los Sacramentos, especialmente la Penitencia y para la escucha y meditación de la Palabra de Dios.

Mientras escribo estas líneas me ha venido a la mente mi sobrina : tiene 18 años y seguramente si leyera el párrafo anterior, pensaría que estoy hablando en otro idioma. Al igual que ella, mucho me temo que este lenguaje no es muy común para la mayoría de los jóvenes de hoy. Un lenguaje de la Iglesia que… ha ido cayendo en desuso y que encierra en sí el secreto para hacernos más humanos, más humildes, más verdaderos.

La Cuaresma lleva en sí la promesa de la Pascua. La oscuridad y estrechez necesarias para nuestro crecimiento se tornarán luz y amplitud en la mañana de Resurrección. Pero tenemos que pasar el estrecho. Hay que dejarse limpiar y pulir , y eso sólo podremos conseguirlo en la medida en que vayamos renunciando a nosotros mismos, en la medida en que estemos dispuestos a tomar la cruz y seguirle.

Tomar la cruz es también, descubrirse limitado, pecador… es ver que mi vida dista mucho de lo que debería ser: que no cumplo los Mandamientos, que entre las Bienaventuranzas y mi vida, cualquier coincidencia es mera casualidad, que los Pecados Capitales son mi estatuto diario y que las virtudes son para mí, un trasnochado dúo humorístico compuesto por dos mujeres… ¡Qué hermoso momento nos regalas Señor para mirarnos utilizando estos medios, para examinar nuestra conciencia a la luz de estas verdades tuyas y de tu Iglesia!

Pero la Cuaresma debe ser además una experiencia como la que tuvo aquel hombre que pensaba que tenía vista de lince, hasta que un día dio con la nariz en una puerta. Al ir al oftalmólogo descubrió que estaba prácticamente ciego. Tras el tratamiento, su campo de visión se amplió tanto que creía vivir en otro mundo. Su vida no fue la misma antes y después de su visita al doctor. Pues a eso estamos llamados también nosotros. No a ir al oculista, sino a descubrir las cegueras que se han apoderado de nosotros y que sólo Cristo a través de su perdón puede quitarnos.

Hemos oído decir que “en la vida de fe , el que no avanza , retrocede”. Pidamos al Señor que nos ayude a avanzar siempre en el camino de encuentro con Él.

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